Somos huéspedes y hospedantes dentro de una cadena simbiótica que pareciera infinita, a pesar de que nos hemos empeñado en erradicar cada microorganismo de nuestro cuerpo para mantenerlo limpio y en alejar, o por lo menos mantener bajo control, a cualquier especie que pueda superarnos, estamos dentro de un caldo de cultivo del que no tenemos conciencia y en el cual nuestra ausencia solo es motivo de un desarrollo distinto.
No somos el centro, no dirigimos el sistema, ni somos independientes; y aunque nos vemos a nosotros mismos como la medida de todas las cosas, es nuestro entorno lo que pareciera tener en su propia conciencia la verdadera medida de lo que es necesario, de lo que sobra, lo que falta, de la naturaleza del cambio y de la importancia real del paso del tiempo que se vuelve vida. Identificamos lo que somos, nos representamos con lo que vemos y nos perdemos en nuestra capacidad simbólica haciendo imperativo el significante. Creamos una realidad auténtica en la que confiamos
para caminar en ella sin ensuciarnos los zapatos.
Holobiontes es un proyecto fotográfico que invita a reflexionar sobre el lugar que ocupamos como organismo huésped y hospedante, que ha hecho de su cuerpo y su entorno un territorio que no le pertenece del todo.
El término Holobionte fue utilizado por primera vez por la bióloga estadounidense Lynn Margulis. Lo usó para referirse al conjunto de organismos que establecen entre sí una asociación simbiótica de larga duración con otro organismo, que si llegara a faltar, pondría en peligro su propia existencia. Margulis estaba convencida de que la vida es sobre todo el fruto de la cooperación, no de la competencia, contraponiéndose así a la teoría de la selección natural de Darwin.
La sociedad moderna en la que el ser humano se siente predominante se ha dedicado durante las últimas décadas a eliminar o controlar a cualquier organismo de su entorno y de su propio cuerpo, sin tomar en cuenta que somos estrechamente dependientes de ellos para poder sobrevivir.
¿Somos independientes o se ha sembrado en nosotros una idea insostenible sobre nuestro lugar en el planeta? Si continuamos con la idea de ser el centro y de adecuar el mundo sólo a las necesidades humanas, ¿seremos capaces de sobrevivir en un medio que funciona y evoluciona principalmente por la capacidad que tiene de trabajar en cooperación constante?
Esto me ha hecho pensar en la ausencia del ser humano dentro de los espacios que habita, de los que se ha apropiado, a los que ha convertido en una extensión de sí mismo y en donde deposita parte de su vida sobre una mesa. Como ejemplo está la recolección de sus alimentos, el intervalo de tiempo que estos exhiben y como se vuelven símbolo de la ausencia, de la muerte, y del resurgir de la vida. ¿Y si el humano no vuelve, cuánto tendría que pasar para que otro organismo se apropie de eso que está sobre la mesa? La mesa como objeto se ha convertido en un elemento simbólico que tiene en sí misma la propiedad de describir sociedades e individuos, además de ser el soporte en la que el ser humano a lo largo de su historia ha depositado una parte de lo que es, de sus recuerdos y del olvido.
No somos el centro, no dirigimos el sistema, ni somos independientes; y aunque nos vemos a nosotros mismos como la medida de todas las cosas, es nuestro entorno lo que pareciera tener en su propia conciencia la verdadera medida de lo que es necesario, de lo que sobra, lo que falta, de la naturaleza del cambio y de la importancia real del paso del tiempo que se vuelve vida. Identificamos lo que somos, nos representamos con lo que vemos y nos perdemos en nuestra capacidad simbólica haciendo imperativo el significante. Creamos una realidad auténtica en la que confiamos
para caminar en ella sin ensuciarnos los zapatos.
Holobiontes es un proyecto fotográfico que invita a reflexionar sobre el lugar que ocupamos como organismo huésped y hospedante, que ha hecho de su cuerpo y su entorno un territorio que no le pertenece del todo.
El término Holobionte fue utilizado por primera vez por la bióloga estadounidense Lynn Margulis. Lo usó para referirse al conjunto de organismos que establecen entre sí una asociación simbiótica de larga duración con otro organismo, que si llegara a faltar, pondría en peligro su propia existencia. Margulis estaba convencida de que la vida es sobre todo el fruto de la cooperación, no de la competencia, contraponiéndose así a la teoría de la selección natural de Darwin.
La sociedad moderna en la que el ser humano se siente predominante se ha dedicado durante las últimas décadas a eliminar o controlar a cualquier organismo de su entorno y de su propio cuerpo, sin tomar en cuenta que somos estrechamente dependientes de ellos para poder sobrevivir.
¿Somos independientes o se ha sembrado en nosotros una idea insostenible sobre nuestro lugar en el planeta? Si continuamos con la idea de ser el centro y de adecuar el mundo sólo a las necesidades humanas, ¿seremos capaces de sobrevivir en un medio que funciona y evoluciona principalmente por la capacidad que tiene de trabajar en cooperación constante?
Esto me ha hecho pensar en la ausencia del ser humano dentro de los espacios que habita, de los que se ha apropiado, a los que ha convertido en una extensión de sí mismo y en donde deposita parte de su vida sobre una mesa. Como ejemplo está la recolección de sus alimentos, el intervalo de tiempo que estos exhiben y como se vuelven símbolo de la ausencia, de la muerte, y del resurgir de la vida. ¿Y si el humano no vuelve, cuánto tendría que pasar para que otro organismo se apropie de eso que está sobre la mesa? La mesa como objeto se ha convertido en un elemento simbólico que tiene en sí misma la propiedad de describir sociedades e individuos, además de ser el soporte en la que el ser humano a lo largo de su historia ha depositado una parte de lo que es, de sus recuerdos y del olvido.